Desde que se comenzó a hablar del fenómeno del crowdfunding,
 el grueso de la atención se ha dirigido a los proyectos que, de una 
manera u otra, han sido capaces de generar una gran atención y de batir,
 gracias al efecto red, todos los récords de recaudación en una u otra 
plataforma. En muchos sentidos, lo que llamaba la atención y generaba 
titulares era el hecho de que determinados proyectos fuesen capaces, 
gracias a una plataforma de crowdfunding, de alcanzar una 
visibilidad más elevada y de convencer a un número elevado de personas 
para que “pre-comprasen” el producto, financiando así a la compañía 
mediante unas donaciones no exentas de un cierto nivel de riesgo, pero 
que ponían el dinero en manos de los emprendedores precisamente cuando 
más falta les hacía.
El equity crowdfunding, por ejemplo, que permite invertir en
 acciones o en deuda subordinada de las compañías, ha tardado algo más 
en popularizarse, en gran medida debido al hecho de que en el país que 
más interviene en la popularización de este tipo de fenómenos, los 
Estados Unidos, son opciones que no están disponibles aún.
Pero aparte de este tipo de vertientes del crowdfunding, hay
 otros usos “diferentes” que me parece interesante comentar. Podríamos 
hablar, por ejemplo, del uso de este tipo de esquemas para proyectos 
relacionados con el tercer sector (voluntariado, sin ánimo de lucro, ONGs, etc.) o para la integración, la solidaridad y el desarrollo de comunidades,
 o la especialización de determinadas plataformas en proyectos que 
poseen unas características determinadas, como el caso de la española Goteo.org
 con los proyectos “con ADN abierto”, que contribuyan al desarrollo del 
procomún, el conocimiento libre y/o el código abierto. Considerando la 
proliferación de compañías dedicadas a explorar el ámbito del crowdfunding,
 parece claro que una parte del futuro de esta industria que muchos ven 
con una fuerte tendencia a la concentración estará en la 
especialización.
Otro caso interesante es el del uso del crowdfunding por 
parte de compañías consolidadas o de proyectos que, en realidad, no 
tendrían problemas para acceder a financiación. El tema saltó a la 
opinión pública con proyectos como la película sobre la serie de televisión Verónica Mars lanzado por su creador, Rob Thomas, la petición de un millón de dólares por parte del millonario Richard Garriott para financiar el desarrollo de un videojuego, o la de Spike Lee para una nueva película.
 El hecho de que personas que indudablemente no iban a tener problemas a
 la hora de financiar sus proyectos incluso posiblemente con dinero de 
sus propios bolsillos – Richard Garriott pagó en su momento treinta 
millones de dólares para convertirse en el sexto turista espacial – recurriesen a Kickstarter para ello atrajo algunas críticas de quienes consideraban que eso privaba de recursos a personas que podían realmente necesitarlos.
La verdad, sin embargo, es diferente: el crowdfunding no es 
un juego de suma cero, de manera que el hecho de que haya proyectos de 
un tipo no impide que aparezcan otros,y además, los proyectos con 
famosos detrás pueden actuar como un imán a la hora de atraer a nuevos 
participantes que, inicialmente, no se sentían atraídos hacia este tipo 
de plataformas. En varias entradas en su blog corporativo, Kickstarter 
dejó claro que su plataforma servía para hacer realidad proyectos, y que
 en nada afectaba a dicha misión el que detrás de los mismos estuviesen personas desconocidas, famosas, con dinero o sin él. No solo eso, sino que los proyectos que funcionaban especialmente bien, y los protagonizados por famosos como Spike Lee, funcionaban a la hora de incrementar la popularidad de la plataforma y de, por tanto, atraer más dinero a otros proyectos.
¿Qué pretenden realmente esos famosos o personas con dinero cuando 
ponen sus campañas en Kickstarter? Obviamente, el dinero no es malo para
 nadie, pero en realidad, el beneficio que se busca tiene mucho más que 
ver con el vínculo que se establece entre el proyecto y sus backers
 o financiadores, con la prospección del mercado para cuantificar la 
posible demanda, o con el extra de popularidad que otorga al proyecto el
 hecho de haber sido financiado por aquellos que tienen de verdad 
interés por él. En el caso de empresas, parece evidente que la 
viabilidad de un proyecto de crowdfunding dependerá en gran 
medida de la imagen de la compañía y de su conexión con los usuarios, 
así como del atractivo del proyecto. Pero la posibilidad de que una 
empresa establecida utilice una plataforma de este tipo para ver la 
demanda potencial de un producto o servicio existe, y no tiene por qué 
ser malinterpretada ni confundida con la falta de recursos. Para algunas
 plataformas y en algunos mercados, la idea de contar con un proyecto 
que genere atención mediática y que lleve a más usuarios a interesarse 
por este tipo de financiación colectiva sería sin duda una buena 
noticia. Y para algunas empresas, significaría la posibilidad de 
acercarse más y mejor al mercado y de tener la seguridad de que quienes 
dicen estar interesados lo están de verdad, hasta el punto de anticipar 
el dinero. No existe mejor focus-group que algo así. En muchos 
sentidos, además, la financiación colectiva sirve como un cierto 
espaldarazo de legitimidad para determinados proyectos, y pone a las 
compañías en donde realmente les debería gustar estar: en un punto de 
conexión con sus futuros clientes que genera no solo su compra, sino 
incluso su apostolado, su prescripción.
El hecho de disminuir la fricción a la hora de solicitar y recibir 
donaciones para un proyecto produce precisamente esto: que puedan 
beneficiarse de ello no solo ciertos tipos de proyectos, sino la 
economía en su conjunto. El crowdfunding, como vemos, tiene bastantes más derivaciones de las que inicialmente parecía.
 
